Nuevo número de Bruxismo con más contenido que nunca, ochenta páginas y once artículos en los que profundizamos en nuestra obsesión por la cultura de los márgenes, esa que rara vez se recoge en manuales de historia.
Porque aquí miramos al pasado, sí, pero nada está más lejos de nuestra intención que caer en la complacencia de lo retro. Bruxismo es anacronismo. Bucear en el pasado para aprender a vivir en un presente que dura ya demasiado. Aprender de otros que fueron jóvenes y airados antes que nosotros, en unos años veinte con sabor a jazz y a cocaína o en un siglo XIX que asistió, atónito, a la fantasía de toda una generación con el suicidio. Ya sabemos que el mundo cambia, pero no tanto, y la condena a muerte del ladrón (y dandy) Luis Candelas por una monarquía española corrupta sigue diciendo mucho del nuestro. Como sigue doliendo acompañar a Phil Trim, leyenda del soul español de los sesenta, en el trabajo como conserje al que le ha condenado una industria musical desagradecida.
Y la belleza, siempre la belleza. En este número tratamos de rescatar una belleza que es como oxígeno en un mundo obsesionado con el feísmo. La belleza olvidada de los spomenici, los arrebatadores monumentos construidos para recordar episodios de II Guerra Mundial en una Yugoslavia que ya no existe. Recordamos también la relación entre estética y anarquismo, punk y el Manchester surgido de las cenizas del thatcherismo. Nos maravillamos con los trajes a medida que lucen los swenkas por las polvorientas calles de Soweto.
Tratamos, en definitiva, de mirar hacia atrás para poder pensar un futuro que escape a las distopías impopulares a las que según algunos estamos condenados. Porque estamos convencidos de que para imaginar otro futuro, es necesario construir otro pasado.