A principios de los noventa, una nueva generación se rebeló contra una década de políticas thatcheristas bailando. En almacenes, casas okupas y rincones remotos de la Inglaterra rural. Sin vallas, seguridad ni entradas de pago. Habían nacido las free parties y el DiY Sound System estaba allí. Este colectivo creado en Nottingham en 1989 fue uno de los primeros sound systems de house del Reino Unido. Fusionó la rabia anarcopunk de bandas como Crass con el nuevo e irresistible ritmo electrónico del acid house, llenando así el vacío ideológico dejado por la implosión de la escena rave más comercial. Desde Castlemorton hasta el Café del Mar, el sonido y los DJ de DiY alcanzaron fama internacional y, bajo los estandartes de la libertad, el colectivismo y el hedonismo sin límites, lograron un estatus de mito underground que perdura hasta nuestros días.
Escrito por Harry Harrison, uno de los miembros fundadores de DiY, este libro se remonta a sus orígenes y a sus primeras experiencias formativas, describiendo con detalle los clubes, fiestas, festivales y discos que forjaron el colectivo. Derecho a la Fiesta es un intento de destilar la historia de la tumultuosa existencia del DiY. Una historia fascinante, caótica y en ocasiones desquiciada de su lucha sin cuartel contra la idea —hoy en día hegemónica— de que la música de baile es apolítica.
Escrito por Harry Harrison, uno de los miembros fundadores de DiY, este libro se remonta a sus orígenes y a sus primeras experiencias formativas, describiendo con detalle los clubes, fiestas, festivales y discos que forjaron el colectivo. Derecho a la Fiesta es un intento de destilar la historia de la tumultuosa existencia del DiY. Una historia fascinante, caótica y en ocasiones desquiciada de su lucha sin cuartel contra la idea —hoy en día hegemónica— de que la música de baile es apolítica.
- PVP: 23,90 €
- Precio sin IVA: 22,98 €
- ISBN:
978-84-127811-1-3
- Género:
No ficción, cultura rave, música electrónica, años 90
- Tamaño: 13,5 x 21 cm
- Número de páginas: 320
- Puesta a la venta: 29 de enero de 2024
- Ilustración de portada: Raisa Álava
- Traducción: Alejandro Alvarfer
En 1986, Harry Harrison, por entonces ya un veterano del The Haçienda y las raves, se trasladó de Bolton a Nottingham con la intención de convertirse en abogado especializado en derechos humanos. En lugar de ello, se convirtió en miembro fundador del DiY, un colectivo de fiesteros, DJ, travellers y degenerados que alcanzó notoriedad internacional a principios de los noventa gracias a su implicación en fiestas ilegales de gran notoriedad como el festival libre de Castlemorton.
Harry defendió la importancia política y social del movimiento free party a través de numerosos artículos para revistas como I-D, the Face o Mixmag. También ha participado en diferentes charlas en diferentes foros y festivales, como en el Ministry of Sound o en el festival In the City de Glasgow. Después de la extinción de la escena acid house a finales de los noventa, Harry continuó con sus investigaciones sobre política y hedonismo en Londres y San Francisco antes de aterrizar en la Gales rural, donde lleva una vida tranquila junto a sus hijos y su perro.
Harry defendió la importancia política y social del movimiento free party a través de numerosos artículos para revistas como I-D, the Face o Mixmag. También ha participado en diferentes charlas en diferentes foros y festivales, como en el Ministry of Sound o en el festival In the City de Glasgow. Después de la extinción de la escena acid house a finales de los noventa, Harry continuó con sus investigaciones sobre política y hedonismo en Londres y San Francisco antes de aterrizar en la Gales rural, donde lleva una vida tranquila junto a sus hijos y su perro.
«Tuvieron la lista de invitados más larga de la historia y fueron el único grupo al que echaron de The Haçienda en su propia noche. Dos veces. Eran el hogar de los perdidos y los encontrados, los viajeros, los groovers, los amantes y los ravers. Pusieron la "E" en “Free” y el "Ooooo" en “Groove”, y, navegando bajo la bandera del Love Cabbage, sembraron un hermoso caos allá donde aterrizaron. DiY: los verdaderos piratas de la escena underground». DJ VERTIGO
« La gente se subió a todos los espacios disponibles, a los altavoces, a los autobuses, a las plataformas de iluminación, a cualquier sitio para bailar. Y cómo bailábamos. Desprovistos del hastío o del cinismo exhausto que siempre acaba afectando a movimientos como este, bailábamos como paganos indomables, que es más o menos lo que éramos. También era el apogeo de lo que se conocieron como high tunes, temas alegres y épicos, perfectos para días así. Tengo un recuerdo imborrable de Simon pinchando el «Everybody's Free» de Rozalla —con sus tremendas cuerdas iniciales, su voz elegíaca y su ritmo poderoso y sucio— en algún momento de la mañana del domingo, y ver como aquello estallaba. En fiestas así estábamos tan colocados colectivamente, en todos los sentidos posibles, y tan felizmente, casi religiosamente extasiados, que creo que una vez que lo experimentabas, una vez que te sometías a aquella comunión casi sagrada, la vida nunca podía volver a ser la misma. La gente se abrazaba sin parar, abrazaba a amigos, abrazaba a extraños, abrazaba a los árboles y a veces intentaba abrazar a la policía. Con el beneficio de la edad y el tiempo puede que fuera algo ingenuo y casi químicamente artificial, pero, por Dios, en aquel momento nos sentaba bien.»
«La gente culturalmente más peligrosa del país». Tony Wilson
«Y quizá lo más loco de todo es que durante todo el viaje tuvimos a nuestro lado al periodista de Mixmag Glenn Barden, que parecía aterrorizado la mayor parte del tiempo. Llevaba un sombrero de fieltro y se imaginaba que estaba reviviendo la historia de los Merry Pranksters en Electric Kool-Aid Acid Test, de Tom Wolfe. El pobre chaval había conseguido que Mixmag le pagara el vuelo para escribir el artículo, pero aquello le quedaba grande. Cuando Debbie nos invitó a visitar la casa que una amiga amiga suya —conocida como la Chica de la Tierra— estaba construyendo en las colinas de La Honda, le pedimos a Glenn que nos acompañara. Resultó ser una mansión propiedad de un gurú, y acabamos quedándonos durante días, nosotros y una botella de cristal llena del mejor ácido del planeta. Durante días dimos vueltas por la finca, contemplando boquiabiertos la fastuosa colección de figuras de templos tailandeses, los enormes sofás blancos y los inmensos ventanales de la casa, hechos de tablones de secuoya.
Alguien descubrió un carrito de golf y lo condujimos erráticamente hasta una piscina infinita con vistas a Silicon Valley. En medio de todo esto llegó Damian, con sus trenzas multicolores hasta el culo, que rápidamente se sumó de buen grado a nuestra experimentación química. A medida que nuestro comportamiento se volvía más y más triposo, Glenn parecía sentirse más incómodo. Estaba tratando con veteranos de las drogas duras y no estaba dispuesto a participar. La Chica de la Tierra, que era la persona más californiana de la historia, había estado guardando el ácido líquido en un vaso y dispensándolo con una pipeta sobre nuestras voluntariosas lenguas. Pero Glenn no tenía ni idea de nada y, al ver el líquido transparente, levantó el vaso y se lo bebió. Todos nos quedamos mirándole un segundo. Barbara tragó saliva. Tras un largo silencio, tomé la palabra.
—Glenn. ¿Te acuerdas de que no querías tripar? Bueno, ya sabes que lo respetamos, es tu elección. Sin embargo, me veo obligado a informarte de que acabas de ingerir unos diez mil microgramos de uno de los LSD más potentes del mundo.
Pobre chaval. No sabía hacia dónde mirar, pero pronto se alejó por el camino. Estábamos en medio de la nada y le gritamos que volviera, pero se había ido. Unas seis horas más tarde, regresó con aspecto agotado y con un misterioso trozo de pastel de carne en la mano. Menudo mes. Maravilloso, trascendental y desquiciado al mismo tiempo. Al final nos dejaron salir a todos de Estados Unidos para volver a casa. En junio, el artículo de Glenn apareció en Mixmag y cabreó a algunos de los veteranos de San Francisco por su periodismo perezoso y lleno de clichés, pero bueno, al menos consiguió unas vacaciones gratis. No sé si se recuperó, porque nunca volvimos a saber de él.»
Alguien descubrió un carrito de golf y lo condujimos erráticamente hasta una piscina infinita con vistas a Silicon Valley. En medio de todo esto llegó Damian, con sus trenzas multicolores hasta el culo, que rápidamente se sumó de buen grado a nuestra experimentación química. A medida que nuestro comportamiento se volvía más y más triposo, Glenn parecía sentirse más incómodo. Estaba tratando con veteranos de las drogas duras y no estaba dispuesto a participar. La Chica de la Tierra, que era la persona más californiana de la historia, había estado guardando el ácido líquido en un vaso y dispensándolo con una pipeta sobre nuestras voluntariosas lenguas. Pero Glenn no tenía ni idea de nada y, al ver el líquido transparente, levantó el vaso y se lo bebió. Todos nos quedamos mirándole un segundo. Barbara tragó saliva. Tras un largo silencio, tomé la palabra.
—Glenn. ¿Te acuerdas de que no querías tripar? Bueno, ya sabes que lo respetamos, es tu elección. Sin embargo, me veo obligado a informarte de que acabas de ingerir unos diez mil microgramos de uno de los LSD más potentes del mundo.
Pobre chaval. No sabía hacia dónde mirar, pero pronto se alejó por el camino. Estábamos en medio de la nada y le gritamos que volviera, pero se había ido. Unas seis horas más tarde, regresó con aspecto agotado y con un misterioso trozo de pastel de carne en la mano. Menudo mes. Maravilloso, trascendental y desquiciado al mismo tiempo. Al final nos dejaron salir a todos de Estados Unidos para volver a casa. En junio, el artículo de Glenn apareció en Mixmag y cabreó a algunos de los veteranos de San Francisco por su periodismo perezoso y lleno de clichés, pero bueno, al menos consiguió unas vacaciones gratis. No sé si se recuperó, porque nunca volvimos a saber de él.»
«Como tantas otras historias de escenas contraculturales y subculturales memorables, esta también transcurre por carreteras secundarias, comarcas somnolientas, legañosas, rurales. Por barrios marginales, pisos de protección, cupones de comida, contestadores automáticos. Antros, pintas, vinilos, Technichs, parkineo, chandalismo, grifa, speed, éxtasis, ketamina, exceso, delirio, citaciones judiciales, calabozos, lumpen, mugre. Es la historia de una pandilla de fiesteros de Nottingham, y alrededores, locos por montar la suya propia. Y, a poder ser, gratuita para todos». Luis Costa
«Lleno de anécdotas salvajes de los tiempos más demenciales, esta es la historia de una intrépida tripulación de hedonistas románticos cuya búsqueda de libertad y alegría creó algunos de los momentos cumbre de la contracultura rave británica». Matthew Collin, autor de Altered State y Rave On