Chicago Gousters: la subcultura negra de los 60

Para los europeos, Chicago es un punto indeterminado a medio camino entre Nueva York y Los Ángeles. Se ubica en un inmenso vacío sin más contexto que Michael Jordan, los gángsters de la Ley Seca y, con suerte, un blues electrificado sonando de fondo entre rascacielos. Un grueso Al Capone sonríe elegante desde las catacumbas mientras los negros controlan los ghettos y sopla un viento endiablado en el Medio Oeste.

Es todo lo que sabemos tras nuestro curso B1 sobre Chicago, la urbe de bronce en el podio de las ciudades yanquis. De no ser por las otras dos, tendría recursos para regir el mundo y superar a casi cualquier  país, ya que genera más PIB por sí misma que muchas naciones, como Suiza, Suecia y de ahí para abajo.

Afinando un poco, en los años 60 es una de esas urbes industriales del Norte que atraen a los que escapan del Sur segregacionista que no da tregua. Los negros han reemplazado a los italianos y católicos irlandeses como metralla en barrios obreros cuyo paisaje de casas bajas se desparrama formando suburbios interminables que alcanzan a los Estados vecinos. Están salpicados de factorías y torres de infraviviendas, infames projects de gran altura y ladrillo rojo. Tiene sentido que sea en Chicago donde prospere el chabolismo más vertical, pues es la ciudad pionera en lo tocante a construcción en altura. Allí nacieron los rascacielos que luego encumbraron a Nueva York, amén de otros inventos siniestros como las high rise prisons, cárceles en altura nutridas de los problemas que hay en los ghettos.

Y, ¿qué decir de los que viven allí? A mediados del s.XX, sus habitantes tratan de sacudirse la esclavitud y su herencia, que sigue viva como esos miembros fantasmas que aún duelen tras ser amputados. Ante la realidad palmaria de la dominación bajo nuevas formas, quedan dos actitudes opuestas: la sumisión o la subversión de las reglas; la ley ajena o la de la calle, si cabe aún más dura, pero que ofrece una alternativa. Cuando esta también oprime, solo queda volver a cuadrarse, palabra en argot local que ilustra la vuelta a la vida de horarios duros, sueldos precarios y privaciones.

A medio camino entre ambas salidas, la juventud obrera de latitudes y épocas diferentes diseña universos propios en los que ella misma marca las pautas: vestimenta, vocabulario, actitud… Nacen las subculturas urbanas, un fenómeno quizás más antiguo de lo que puede probarse, cuyas primeras muestras documentadas datan del XIX y que vive su edad dorada hacia 1960.

Entonces, mientras los mods y los rockers mandan en Inglaterra, en los Estados Unidos los jóvenes desarrollan estilos propios que, en ocasiones, apenas trascienden el ámbito reducido de su ciudad. Proliferan las subculturas locales, o mejor dicho, todas lo son al principio, solo que algunas logran el salto a nivel mundial.

En lo tocante a Chicago, los referentes más destacados para la juventud obrera aún son los gángsters de los Felices Veinte, la década prodigiosa del crimen organizado. Admiran su contundencia vestida con traje holgado, sombrero ancho y vicios inaccesibles. Figuras como Bugs Moran o Dean O’Banion habían surgido del fango y vencido prejuicios; sin ir más lejos, los relativos a su lugar de origen, por lo que no es extraño que su legado perviva entre los parias de la ciudad.

Pero no solo está el lado salvaje, South Side Chicago es tan grande que se ha convertido en el corazón negro de América, un mundo complejo y difícil con más matices de los que caben aquí. Aunque hay problemas, algunas familias prosperan, formando una élite negra que sirve también como referente para los suyos. Si hay que jugar con cartas marcadas por blancos, se juega.

Existen, por tanto, dos planteamientos que desembocan en subculturas distintas, en una dicotomía que nos remite de nuevo a los mods y los rockers. De un lado, el estilo pulcro de la Ivy League, de otro, la elegancia macarra y retro de los llamados gousters.

De los primeros, poco se puede decir que no se haya dicho ya. Los ivy leaguers siguen la moda surgida en las universidades más elitistas de Estados Unidos: sta prest de pitillo, cuellos abotonados, camisa y polo, jerseys de pico. La misma receta que siguen los mods; estilo preppy al alcance de obreros que viven entre burgueses, de negros que medran entre los blancos para desprecio de aquellos que ven servilismo en ello y los acusan de tíos Tom[1].

En cuanto a los gousters, asumen un rol macarra pero atildado, inspirado en la edad dorada del gangsterismo y del jazz, aportación clave en el contexto de la cultura negra. Imitan su estilo holgado con pantalones anchos de pinzas, jerseys de lana, chaquetas de alpaca o mohair y cazadoras de béisbol. Compiten en elegancia con sus rivales los ivy leaguers, por eso rematan su atuendo con complementos como sombreros Fedora, bastones de nácar y olor a perfume Jade East, su aroma de cabecera. Para ellas, cardigan abotonado a la espalda, falda ajustada, medias de nylon y chukka boots. La guinda la ponen las perlas en los pendientes y con collar a juego.

Resulta curiosa su mezcla de estilos preppy y de barrio, capaz de combinar un zoot suit con lo cotidiano, la chulería con el dandismo y el aire universitario con la atmósfera oscura del Cotton Club, haciendo de esos aspectos una herramienta para adaptarse al mundo.

El de los gousters gira en torno a clubs como el Persian Ballroom o el Peps, donde se escenifica el triunfo mediante el baile, un rito simbólico universal que es clave para alcanzar status. Si viste con elegancia y domina los pasos del gouster bop, a un hombre negro se le abren las puertas del cielo.

Para llegar a él, hay que tomarlo al asalto, sin preguntar, esgrimiendo descaro y condescendencia a pares. Es ese el origen del término gouster (léase gáuster en español). El diccionario muestra dos acepciones: violento y maleducado, quizás demasiado gruesas para reivindicarlas. Indica también procedencia escocesa y sustrato nórdico, lo que induce a una duda de peso: ¿cómo un dialectalismo ajeno en desuso acabó en el slang afroamericano? La inmigración puede ser la respuesta, pero Escocia apenas llegó a Chicago. De haber un nexo, fue más difuso que eso.

Sí había escoceses entre la clase terrateniente del Sur, dueños de plantaciones que acaso legaron el término a sus esclavos, cuyas familias y descendientes lo trasladaron al Norte. Quién sabe. El caso es que en el South Side Chicago de los 60, los jóvenes se referían a los que llevaban trajes de gángster como old gousters, viejos bribones que añoraban los tiempos malos.

Sea de un modo u otro, el término prosperó. En esa época, era un gouster aquel que tenía swag, concepto más viejo de lo que creen los millenials e incluso sus referentes, pues tipos que muevan los hilos los ha habido siempre.

Sin embargo, el estilo gouster pasó de moda a mediados de los 60 y, a diferencia de otros, lo hizo definitivamente. Los referentes de la cultura afroamericana tomaron tintes de reivindicación,  con formas polítizadas en los Panteras Negras y la Nación del Islam, o frívolas y arquetípicas en el género Blaxploitation. El caso es que un nuevo ciclón estético barrió el South Side, dejando a la subcultura gouster en el olvido.

No sucedió así con el término, que siguió designando a los machos alfa de la comunidad. Esa acepción ganadora fue la que adoptó David Bowie en 1974, cuando grabó un álbum de soul y funk llamado «The Gouster». En él daba cancha a su lado más negro, pero cuestiones de comercialidad lo relegaron al ostracismo hasta 2016, cuando fue incluido en un recopilatorio centrado en aquella época.

A casi sesenta años vista, los gousters ocupan un puesto menor en lo tocante a las subculturas, limitados en tiempo y espacio al Chicago de los 60, pero como todo aquello que muere joven, condensa el espíritu de una época y es susceptible de servir de influencia en algún momento.

Bibliografía:

— Lesser known youth culture – Chicago Gousters – Voicesofeastanglia.com  (2010)

Gouster or Ivy Leaguer? – Darkjive.com (2011)

Gouster – Languagehat.com (2012)

— Iceberg Slim: Pimp, memorias de un chulo. Madrid, Capitán Swing (2015)


[1]      Término despectivo usado por la comunidad afroamericana para designar a aquellos que son serviles respecto a los blancos. Proviene de la novela “La cabaña del Tío Tom”, cuyo protagonista y su familia aceptan cristianamente su rol sumiso, lo que los hace aceptables para la sociedad blanca.

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