Editorial
Lo anacrónico no es igual que lo vintage. El anacronismo es la posibilidad de escapar a la condena de la actualidad. En lo anacrónico no hay una ficción de origen, como en lo vintage. El anacronismo es un tiempo que rompe la cadena que le echamos al tiempo para darle un sentido. Es una subversión de la linealidad. Lo anacrónico es político. Crea una distorsión en la superficie aparentemente quieta de la realidad. En cambio, lo vintage y lo retro son falsas genealogías de esta omnipresente actualidad, contribuyen a la cadena, son la cadena: ponte la camisa que compraban tus padres, las gafas de tu tío abuelo, compra tiempo edénico… Por el contrario, ser anacrónico es ser joven en un mundo clausurado. Y resistirse.
—Carlos Pardo, El viaje a pie de Johann Sebastian (Periférica, 2014)
En un mundo que ha elevado la velocidad a ideología, nada es más provocador que dejar de correr. Es lo que hace Smith, protagonista de La soledad del corredor de fondo, al pararse en la línea de meta ante la mirada de incredulidad del director del reformatorio donde lo han encerrado. Su gesto no ha perdido un ápice de vigencia en mundo de aceras repletas de runners que corren hacia ninguna parte y de patinetes eléctricos que tratan de esquivarte a treinta kilómetros por hora.
Por eso nos hemos tomado nuestro tiempo para hacer el nuevo número de Bruxismo que tienes entre las manos. Lo hemos hecho con la idea de que tú también puedas tomarte tu tiempo en leerlo. Somos tercos, insistimos en nuestra idea de que una de las funciones del fanzine contemporáneo es la de ofrecer un espacio al margen de la tiranía de la inmediatez. Así que este número llega con más contenido que nunca, ochenta páginas y once artículos en los que profundizamos en nuestra obsesión por la cultura de los márgenes, esa que rara vez se recoge en los manuales de historia.
Porque aquí miramos al pasado, sí, pero nada está más lejos de nuestra intención que caer en la complacencia de lo retro. Bruxismo es anacronismo. Bucear en el pasado para aprender a vivir en un presente que dura ya demasiado. Aprender de otros que fueron jóvenes y airados antes que nosotros, en unos años veinte con sabor a jazz y a cocaína o en un siglo XIX que asistió, atónito, a la fantasía de toda una generación con el suicidio. Ya sabemos que el mundo cambia, pero no tanto, y la condena a muerte del ladrón (y dandy) Luis Candelas por una monarquía española corrupta sigue diciendo mucho del nuestro. Como sigue doliendo acompañar a Phil Trim, leyenda del soul español de los sesenta, en el trabajo como conserje al que le ha condenado una industria musical desagradecida.
Y la belleza, siempre la belleza. En este número tratamos de rescatar una belleza que es como oxígeno en un mundo obsesionado con el feísmo. La belleza olvidada de los spomenici, los arrebatadores monumentos construidos para recordar episodios de II Guerra Mundial en una Yugoslavia que ya no existe. Recordamos también la relación entre estética y anarquismo, punk y el Manchester surgido de las cenizas del thatcherismo. Nos maravillamos con los trajes a medida que lucen los swenkas por las polvorientas calles de Soweto.
Tratamos, en definitiva, de mirar hacia atrás para poder pensar un futuro que escape a las distopías impopulares a las que según algunos estamos condenados. Porque estamos convencidos de que para imaginar otro futuro, es necesario construir otro pasado. Y nuestro pasado es joven, tiene la elegancia de Pasolini y el descaro de las flappers. Sabe detenerse en la línea de meta. Es orgulloso. Nunca olvida eso que Los Chikos del Maíz cantaban a la soledad del corredor de fondo: «Y no te rindas, por favor no cedas / Porque mañana se abrirán las grandes alamedas».