El ska es uno de los géneros más influyentes y singulares que ha dado la música contemporánea. Su patrón rítmico sincopado, que enfatiza los pulsos segundo y cuarto de cada compás, lo hace reconocible a primera escucha. Podemos marcarlo repetitivamente con la cabeza o las manos, dejando que se contagie a las piernas y, sin notarlo, empezar a bailar. Seguir el ritmo es sencillo: ump-ska, ump-ska, ump-ska, por eso hasta los reacios se ven aupados por los metales y bailan a gusto durante horas.
La fórmula de este éxito surgió en Jamaica gracias a bandas que versionaban temas de rhythm and blues para los turistas. Tocaban en los hoteles, grabando una sola copia que luego pinchaban en fiestas para la población local, los conocidos sound systems que competían por la exclusividad de su música recién llegada de Norteamérica.
Hasta aquí los hechos irrefutables. En adelante, busquemos el eslabón perdido entre Jamaica y Estados Unidos.
Los más simplistas mantienen que los intérpretes jamaicanos trataban de imitar a sus homólogos yanquis y, al no ser capaces, ponían rasgos de su cosecha como el citado upbeat en los pulsos pares. Derrick Morgan lo cuenta así en el documental «Reggae: the story of Jamaican music» (2002), grabado en la isla para la BBC. Sin embargo, no aclara quién introdujo este cambio, ni dice nada sobre su origen.
Más que mostrar sus límites musicales, quizás lo que Morgan quiere es distanciarse de los americanos y destacar su propia contribución al sonido emergente de los primeros 60, un ska rítmico y apurado que encaja muy bien con el ethos de las Antillas.
Coxsone Dodd, fundador del mítico Studio One, refuerza esta idea afirmando que la irrupción del rock en Estados Unidos relegó al R&B a un segundo plano, de forma que decayeron la grabación de esos discos y su llegada a Jamaica. Sin embargo, la nueva moda nunca cuajó en la isla, por eso los productores locales desarrollaron versiones propias de rhythm and blues, ya que seguía teniendo una fuerte demanda. Surgió así un nuevo estilo con rasgos yanquis y jamaicanos, un ritmo mestizo que se iba abriendo camino. El conocido como Jamaican R&B Shuffle no es otra cosa que un prototipo de lo que luego se llamaría ska.
En relación con esto, el historiador y coleccionista Steve Barrow también apunta al ska como versión isleña del R&B americano, señalando a Prince Buster y al guitarrista Jah Jerry como mentores del cambio hacia 1960. Según refiere en el libro-disco «The story of Jamaican music» (1993), a Buster no le gustaba el ritmo lento de una de las canciones que producía en su estudio para los Folkes Brothers, por eso pidió a un guitarrista, futuro miembro de los Skatalites, que acelerase el tempo de «Oh Carolina». El resultado fue el acento en los pulsos pares, aspecto clave en el que todas las versiones coinciden.

Aceptando que el episodio sea cierto, ¿fue en realidad Jah Jerry el inventor de dicha secuencia rítmica? ¿La improvisó al instante tras escuchar a Buster? Sin duda, la maña en el ring de su jefe ayudaba a que tuviesen en cuenta sus sugerencias, pero resulta poco probable que sucediese así. Aunque el talento de Jerry Haynes como instrumentista era más que notable, no es verosímil que armase un nuevo estilo desde la nada. Asumiendo que acelerase el tempo para amoldarse al mandato de su patrón, lo más probable es que siguiese un ritmo preestablecido y reconocible por todos. Dicho ritmo, el upbeat en los pulsos pares, ya era empleado desde bastante antes, por eso Jah Jerry pudo emplearlo sin titubeos.
Es Alton Ellis el que nos da una pista sobre el posible origen de esta «improvisación» cuando recuerda que en esos años todos copiaban a los americanos, desde registros vocales a riffs de guitarra y secuencias rítmicas. De todas estas aportaciones destaca una: el ritmo al piano de tipos como Louis Jordan, figura del boogie-woogie hasta principios de los 50.
Aunque no es el primer instrumento que se nos viene a la mente cuando hablamos de ska, el piano sí que era una referencia para sus próceres. Como hemos visto, los jamaicanos de los 50 escuchaban devotamente los géneros que conquistaban Estados Unidos, ya fuese jazz, R&B o boogie-woogie , y en todos ellos había un piano.
Así, no era extraño que artistas como Fats Domino o Louis Jordan fuesen reinterpretados casi hasta el plagio en Jamaica, por eso no sorprendió a nadie que en 1959 llegase al nº1 el tema «Easy Snappin’», una canción machacona y suave con un piano como protagonista.
Su autor era Theophilus Beckford, un joven de Trenchtown que había aprendido a tocar en un orfanato. El productor Coxsonne Dodd solía buscar talento ese barrio del que saldrían figuras como Bob Marley, por eso grabó su single en el 56 y lo pinchó en sus fiestas durante años. Al cabo de tres temporadas sonando, decidió editarlo y llevarlo al nº1, un puesto privilegiado desde el cual ejerció un influjo fundamental.
En los siguientes años, los productores y músicos de toda Jamaica calcaron el ritmo de aquel piano, que repetía un ritmo en el que sonaban especialmente los pulsos segundo y cuarto de cada compás. Se hacía una secuencia reconocible y bailable, por lo que aquellos que dirigían la industria tardaron poco en copiarla.
Segundo y cuarto, segundo y cuarto, ump-ska, ump-ska. La música sincopada se difundía por los sound systems y las antenas, por las verbenas y los estudios de grabación. Desde Prince Buster y su compinche, Jah Jerry, a Derrick Morgan y también Alton Ellis. Mediando el salto a Inglaterra o su conversión en música nacional, la nueva Jamaica radiante desde la independencia bailaba al ritmo despreocupado llamado ska.
¿De dónde había salido?¿Lo había fundado Theophilus Beckford, el chico tímido de los suburbios? ¿Había sido cuestión de azar? Sin descartar la suerte que siempre acompaña al éxito cuando es rotundo, lo cierto es que Beckford fue solo un divulgador talentoso. Su patrón rítmico de upbeats en el segundo y el cuarto tampoco era fruto de su cosecha, pues se lo había copiado a sus maestros americanos. ¿Nos acercamos al Santo Grial?

La proporción aúrea o fórmula mágica del ska fue importada por Beckford tras escuchar los discos de Rosco Gordon, uno de sus pianistas de referencia. Rosco era un tipo delgado con ojos saltones, nervioso y risueño a partes iguales. Tocaba el piano mirando al público sin sentarse, girando el cuerpo hacia él, como temiendo perderse el baile por ser él mismo el que interpretaba. Y mientras tanto, con la otra mano aporreaba las teclas del rhythm and blues sincopado que iba inundando la sala y la llenaba de pulsos sonoros. Segundo y cuarto, segundo y cuarto, los repetía constantemente en canciones sureñas como el clásico «No more dogging».
¿Es ésta la piedra filosofal? Podría serlo. Puede que tanto como otros temas coetáneos y similares, de igual estilo y parecida influencia. Alguno del gran Fats Domino, Tuts Washington con «Tee nah nah», el Professor Longhair y «Willie Mae»; puede que cualquier tema de algún tugurio del Mississippi. Cuántos músicos de Nueva Orleans repetían el mismo esquema todas las noches en medio de nubes de humo y atmósferas de licor? Quizá millones, exagerando un poco la creatividad del Sur.
Pero, ¿qué ocurre si preguntamos a los que estaban en el momento y lugar adecuado?¿Qué dicen quienes vivían allí, los que pulsaban las teclas y las guitarras en la Jamaica de los 50? Theophilus Beckford lo tuvo claro: la célula madre que originó el ska jamaicano la trajo un tal Rosco Gordon de Tennessee.
Más tarde, los artistas de West Jamaica y de Kingston se solaparon con influencias recíprocas; bebían de Estados Unidos y sus mayores, del viejo mento que aún encantaba y del calypso que sacudió el Caribe. Llegaban ritmos de Trinidad y aún más lejos; de África mismo, donde empezó todo. En cualquier caso, la música no se inventa, se va añadiendo a un sustrato previo. Entre sus ingredientes se mezclan sabores y estilos, pero al tocar ska había uno que se necesitaba desde el principo: segundo-cuarto, segundo-cuarto, ump-ska, ump-ska.
En la receta resuenan nombres y discos, pero uno destacará sobre los demás: es Rosco Gordon, que difundió desde Tennessee un ritmo que conquistó Jamaica. Su precursor: Theo Beckford, pionero de sucesivos apóstoles que hicieron proselitismo con el mensaje y lo elevaron a las alturas.
Preguntado por la herejía de establecer Tennessee como cuna del ritmo nacional de Jamaica, el productor Chris Blackwell respondió en 1964 (con gran cercanía a los hechos) que, desde finales de los 50, sus compatriotas se habían rendido al ritmo de «No more dogging» y Rosco Gordon.
«Modificaron el ritmo, lo aceleraron un poco, añadieron algo de letra y lo llamaron ska».
Puede que exagerase a propósito, pero Blackwell no se alejaba mucho cuando miraba hacia Tennessee.
-Bibliografía:
-That chop on the upbeat, Oxford American Magazine, John Jeremiah Sullivan, 2013.
-Reggae routes. The story of Jamaican Music. Kevin O’Brien et alii, Temple University Press, 1998.
-Tougher than tough. The story of Jamaican Music. Steve Barrow et alii, Mango Records, 1993.
-Reggae: the story of Jamaican Music. BBC Documentary, 2002.