«el Parlamento no ha recogido las denuncias y análisis responsables con los que debía haber condenado Guggenheim genocidio cultural lapuraestafa euskodisney».
Jorge Oteiza
Segundo prólogo de la quinta edición de Quosque Tandem…!,
La calle se convirtió en el espacio de la cultura radical vasca[1]. Fue el lugar de movilizaciones sociopolíticas, de okupaciones y de apropiación de las ruinas en los lugares desindustrializados. El espacio de lo radical también fue el lugar del colectivo. En un contexto de lucha armada y conflictividad laboral las ruinas industriales fueron el umbral donde reclamar una salida a la hegemonía nacional, una vivencia alternativa alejada de los discursos identitarios.
Tras la reconversión industrial, el espacio en ruinas de las antiguas fábricas y almacenes de Bilbao y su zona metropolitana —incluida la margen izquierda de la ría del Nervión— era vasto, céntrico y aprovechable. Los escombros de la metalurgia y los astilleros emergieron como un Angelus Novus: la voluntad de progreso indiscriminado evitó un trabajo crítico para-con las ruinas y su memoria.
La decadencia económica, cultural, social y política, consecuencia del terrorismo y la reconversión industrial de los años ochenta, fue la condición del éxito del Plan Estratégico para la Revitalización del Bilbao Metropolitano y para su máximo estandarte: el Museo Guggenheim Bilbao (en adelante MGB)[2]. El museo forma parte de un complejo programa urbanístico de gestión de los espacios que ocuparon las ruinas industriales. Como el París del Segundo Imperio, con las amplias avenidas proyectadas por Haussmann, el urbanismo en Bilbao es una categoría económica y política: los espacios que ocupaban la industria naval y metalúrgica en el centro de la ciudad pasaron a ser espectacularizados mediante la infraestructura cultural y los grandes paseos en las orillas de la ría, lanzando a las masas a la periferia. El museo está asentado sobre las antiguas vías del tren que antaño separaban, simbólica y físicamente, la ciudad de los centros de trabajo. Así, el MGB subvierte el tradicional urbanismo bilbaíno (no solo por sus formas sino también, por su orientación): mientras la ciudad creció de espaldas a las orillas industrializadas y a la contaminación de la ría, el museo miró hacia ella. De este modo, la propia ciudad entraña la partición entre ocio y trabajo, y el Guggenheim se hace eco, precisamente, de esta dicotomía: asentado sobre las ruinas del trabajo industrial, se erige el gran centro de ocio, elemento definitorio de la ciudad posmoderna.
La ciudad se ha convertido en el ejemplo de iconización máxima, interesada más en su apariencia que en su habitabilidad. Así, insertada en la lógica del nuevo urbanismo espectacularizante, el MGB es el logotipo para una ciudad que solo piensa en la rentabilidad económica de sus inversiones simbólicas. La imagen rupturista de la fachada del Guggenheim esconde una estética políticamente reaccionaria. El marketing aséptico al que ha sido sometida la ciudad ha guardado de caer en antiguos disensos políticos, sin embargo, ¿puede una ciudad como Bilbao inmunizarse de su historia política?
El anhelado consenso llegó en forma de museo. El éxito del MGB y de su modelo de consumo turístico y cultural ha generado el ansiado pacto dentro de la sociedad vasca. El museo nació por un plan de regeneración urbana pero, hoy en día, es el museo quien crea urbanismo, imagen, comunicación y, sobre todo, lealtad política. Nadie habla de su función cultural sino de sus otras muchas virtudes en clave económica y publicitaria. El MGB no se presenta como centro cultural (la filial bilbaína ni siquiera tiene un director artístico) sino como modelo de gestión. Por ello, la revisión crítica de la entidad resulta complicada: su función cultural no ha estado presente a lo largo de su historia y su éxito económico es inapelable. Por tanto, la función social del museo no se ha de buscar en la emancipación del trabajador ante la obra -como los personajes de Peter Weiss ante el altar de Pérgamo- sino en el consenso alcanzado por los agentes políticos con respecto a la recuperación económica de la ciudad, es decir, en el triunfo del MGB sobre la debacle económica.
El turismo cultural, ese modelo implementado para las masas que creyeron adoptar un estilo de vida burgués al adquirir sus hábitos, no hace sino popularizar esa distinción de clases, e incide en la labor de apaciguamiento político de la masa. Una vez implementados los supuestos privilegios de la burguesía por parte de las instituciones públicas como, por ejemplo, la democratización de la cultura, los habitantes olvidan las tradicionales reivindicaciones sociopolíticas. El propio Guggenheim ha estetizado los espacios de lucha, instalando su peso sobre las ruinas de la reconversión.
El mito del Bilbao contemporáneo consiste en la apropiación de un espacio cultural al que se le ha despojado de su valor artístico para solo ser leído en clave económica. La nueva imagen/mercancía de la ciudad de servicios terciaria es el museo, convertido en fetiche y en fantasma. Al borrar su valor de uso, el signo devino significante: el símbolo se ha convertido en realidad. Bilbao creó a su doble, insípido e impoluto. Ahora, la ciudad no se reconoce, el doble ha sobrevenido realidad. La mercancía marca el desarrollo político de la ciudad, llevando a la alienación más extrema a un centro cultural, cosificado y mercantilizado a través de relaciones cuantitativas por esferas usufructuarias de su éxito.

El patrimonio simbólico de la ciudad ha sido capitalizado: los espacios alternativos (abandonados, okupados o en ruinas) donde se llevaba a cabo la cultura radical se convierten, hoy en día, en espacios turísticos estereotipados e idealizados, creando un lugar para la mercantilización de lo radical. El éxito económico del MGB ha traído consigo la implantación de un modelo turístico donde la experiencia integral de “lo vasco” pasa por la vivencia, a todos los niveles, de la cultura local. Así, la propia cultura radical ha sido tematizada para poder ser ofrecida como una experiencia más dentro del paquete turístico. En consecuencia, la realidad política y social queda borrada por el carácter homogeneizador de la nueva arquitectura y el marketing urbano. Entonces, ¿cómo redimir estéticamente al Bilbao-otro?[3]
Las ruinas deberían reportar un espacio de la memoria, no para la exaltación de un tiempo pretérito sino para quebrar la linealidad temporal y resignificar espacios. La reivindicación de una memoria fragmentada, hecha ruina y recodificada constantemente permitirá evitar un relato holístico sobre la historia. Así, se ha de rehusar una inteligencia unificadora que construya un relato unívoco. Por tanto, las ruinas contemporáneas (industriales y políticas) han de ser fragmentarias y humanizadas. Por el contrario, la estetización ha sido la preferencia política en Bilbao, sin contar con un trabajo crítico en torno a la memoria industrial y política de la ciudad. El impulso a la lógica de la gentrificación ha impedido el desarrollo y aprovechamiento de los espacios con ruinas, más allá de una lógica económica. Sin embargo, ¿qué otros tipos de (re)conversión del arruinamiento se pueden dar?
Primero, se ha de convivir con la decadencia: soportar la ruina significa saber soportar el vacío. Segundo, tal y como Derrida sostenía, un vacío que representa no es un vacío, por tanto, estetizar o monumentalizar un vacío implica, ya, la destrucción de la memoria. La instalación del MGB sobre las ruinas industriales refuerza la linealidad acrítica y no dialógica para-con la historia, evitando su visión y, por tanto, evitando una reflexión. La memoria, como imperativo categórico adorniano, es la gran enemiga de los planes urbanísticos.
El estilismo al que Bilbao ha sido sometido le ha despojado de toda efectividad política. La estetización del espacio, antes industrializado, ha establecido una nueva espectacularización de lo simbólico nunca antes vista. La potencialidad de las ruinas y su revalorización artística o social pueden ser discutibles, pero se ha de plantear si su conservación denota una importancia histórica, política e ideológica, es decir, se ha de idear una revalorización semántica de la ruina más allá de lo económico.
La memoria y la historicidad necesitan un lugar donde espaciarse y resignificar los espacios de las ruinas industriales, lugares de disenso y conflicto. La ciudad necesita distanciarse del proceso de iconización y fetichismo arquitectónico para reclamar el Bilbao vivido, el Bilbao-otro. Instalarse en el fantasma de la ruina puede dar lugar a un espacio-otro dispuesto para la transgresión y recodificación de los espacios simbólicos compartidos, como alegorías de la cultura, terrorismo y política vascas.
La tarea de la ruina será la creación de ficciones en estos ámbitos para amenazar la distribución entre lo real y lo ficcional, con el fin de rearticular la conexión entre imágenes, símbolos y espacios. Por consiguiente, al inaugurar nuevas comunidades d
e sentido, se evita un relato unívoco en torno a la violencia, el arte o las luchas sociales. Para ello, la ruina ofrece un lugar, al mismo tiempo familiar y desconocido –umheimlich en Freud-, que permite la extrañeza dentro de lo conocido, un umbral donde trabajar la memoria. La vivencia de la ruina industrial confrontada a la era digital y a la mercancía cultural, es una exigencia de responsabilidad hacia la herencia simbólica y política vasca, una necesidad para resignificar los mitos heredados.
Cuando la función del espacio cambia, la posibilidad de exploración estética se deshace: modificar la función simbólica del espacio a orillas de la ría supuso la desintegración de un espacio crítico. Las ruinas son espacios alternativos desde donde construir los nuevos espacios del arte crítico y experimentar una memoria vívida y pensada desde la recuperación de la cultura alternativa.
[1] Para una visión global del movimiento de cultura radical vasca, ver:
- Sáenz de Viguera, Luis. Dena ongi dabil! ¡Todo va dabuten! Tensión y heterogeneidad de la cultura radical vasca en el límite del estado democrático (1978-…). Tesis doctoral (Ph. D.), Duke University, 2007.
- Del Amo, Ion Andoni, Arkaitz Letamendia y Jason Diaux. “Nuevas resistencias comunicativas: la rebelión de los ACARP”. Revista Latina de Comunicación Social, nº69,3 (2014). Online: http://www.revistalatinacs.org/069/paper/1013_UPV/16a.html
- Letamendia, Arkaitz. La forma social de protesta en Euskal Herria. 1980 – 2013. Tesis doctoral (Ph.D.), Universidad del País Vasco, 2015
[2] Para una historia sobre el impacto del Museo Guggenheim Bilbao ver:
- Zulaika, Joseba. Guggenheim Bilbao. Crónica de una seducción. Madrid: Editorial Nerea, 1997.
- Guasch, Anna María y Joseba Zulaika, eds. Aprendiendo del Guggenheim Bilbao. Madrid: Editorial Akal, 2007.
- Esteban, Iñaki. El efecto Guggenheim: del espacio basura al ornamento. Barcelona: Anagrama, 2007.
[3] Ver Gamarra, Garikoitz y Andeka Larrea. Bilbao y su Doble. Bilbao: La Llevir Virus Editorial, 2007.