Sobre nuestro derecho más inviolable
Disculpa versificada a su majestad Felipe VI
O
Porque es mejor pedir perdón que pedir permiso
Preparado, sabio, culto y erudito Felipe de Borbón
Quisiera yo con estos versos
Solicitar vuestro perdón
Que si bien he tachado de cerdos
A todos vuestros ancestros
Bien sabéis que yo por vos
Tan solo siento inmensa devoción
Disculpad a este pobre y desdichado autor
Que no quiere, cual cabestro y mal rapero,
Acabar en la prisión
Y se declara con amor
Suyo siempre de todo corazón
Se acaba de celebrar ya el 40 aniversario de las primeras elecciones libres en España desde la muerte del dictador Francisco Franco. Se ha hecho con toda la autocondescendencia que requería la ocasión e ignorando todo aquello que pudiese generar la más mínima incomodidad, como muestra la polémica ausencia de los actos conmemorativos del a la sazón monarca y jefe del Estado, Juan Carlos I. Él es la última víctima del gran derecho por el que vela constantemente el Establishment español, el derecho a olvidar.
El derecho al olvido es sin duda el derecho cuya defensa ha sido más firme en la democracia que ha encabezado este monarca, un derecho fundamental para el éxito de la Transición. Todos tenemos derecho a olvidar lo que fue el franquismo, así que no hablemos mucho de la represión, ni de los campos de concentración, ni del apoyo a los terroristas franceses de la OAS en los años sesenta, ni de las torturas de Billy el niño en la Casa de Correos. Hay que olvidar y mirar al futuro. Olvidemos a los GAL, dejemos que Felipe González vaya dando lecciones de democracia por Venezuela y de negocios en Sudán, y que a nadie se le ocurra recordarle en un parlamento que tiene las manos manchadas de cal viva, no vaya a atentar contra nuestro derecho más fundamental.
La ignorancia y el analfabetismo como derecho, tal es el eje sobre el que se sustenta un régimen cuya cabeza ―borbónica― está llena de serrín. En la ceremonia, Felipe VI habló mucho de la falta de consenso para explicar el fracaso del constitucionalismo español desde principios del siglo XIX en un repaso histórico más bien flojito que brilla por la inexistente autocrítica a su propia familia. Ni una miserable mención en su discurso a la larga serie de golpes de Estado de Fernando VII (1814, 1822, 1823), María Cristina (1837, 1844), Isabel II (1856), Alfonso XII (enero y diciembre de 1874) y Alfonso XIII (1923) a los que sin duda debe su corona con el de 1936. No juzguemos a Felipe VI por estos atentados, no, aunque solo esté sentado en el trono gracias a ellos.
La monarquía borbónica se nutre del olvido. Olvido de las tres guerras civiles que asolaron España en el siglo XIX con ambos bandos encabezados siempre por un Borbón reaccionario (eso sí, luego mucho consenso reclaman para los demás); olvido de la ley de 1969 por la que Franco nombró sucesor a un Borbón que nunca diría una mala palabra del régimen criminal al que debió su corona, olvido de la ilegalización en las laureadas elecciones de 1977 de los partidos republicanos (como Izquierda Republicana, bajo cuyo gobierno en la II República se aprobó por vez primera el sufragio femenino, pero que en 1977 eran unos radicales peligrosos), aunque sin duda fue una gran concesión regia dejar presentarse a los comunistas monárquicos de Carrillo. Ahora, finalmente, nos toca olvidarnos de él, El Campechano, Juan Carlos I. Olvidarnos de cómo mantenía a sus amantes con dinero público; de cómo ponía a su servicio a los cuerpos de seguridad del Estado; de sus cacerías de osos borrachos; de cómo regaló el Sáhara a su amigo el emir de Marruecos; de sus negocios con los jeques árabes; de cómo acogió a la familia real griega después de que hubiesen apoyado dictadura de los coroneles en el país heleno y demás corruptelas que irán saliendo cuando ya a nadie le importen.
Hay que olvidar porque es nuestro derecho y atentar contra él se puede penar con cárcel en este oxímoron – al que nos tienen condenados – que es la “monarquía democrática”.
**Artículo publicado originalmente en el fanzine Bruxismo Nº1