Aunque a priori pueda parecer que el pensamiento libertario se encuentra en las antípodas de la práctica del culto rastafari -por ser este un movimiento que rinde pleitesía a un dios (Jah) reencarnado en la figura de un emperador (Haile Selassie I) mientras el primero niega con argumentos racionales la existencia de dicha divinidad, y se niega, a su vez, a convertirse en súbdito de rey alguno-, lo cierto es que ambos muestran una serie de aspectos que si bien no son del todo coincidentes -por motivos obvios-, sí es posible rastrear algunos que gozan de una cierta similitud. A lo largo del presente artículo, que no pretende ser exhaustivo sino un elemento más de reflexión desde el respeto, repasaremos los nexos existentes entre ambos confiando en que suponga apenas un punto de partida para aquellas interesadas en profundizar en la conexión entre ambas formas de concebir la vida y ejercerla con coherencia.
ISMS AND SCHISMS
Uno de los pasajes quizá más complicados de entender de la Biblia -las sagradas escrituras que sirven de referencia al culto rasta junto a otros textos sagrados como The Holy Piby (la Biblia del hombre negro) o Kebra Negast (el libro de la gloria de los reyes de Etiopía)- es Colosenses 2:16-17 -“por tanto, nadie os juzgue en comida, o en bebida, o con respecto a días de fiesta, o de luna nueva, o de días de reposo / lo cual es sombra de lo por venir, pero el cuerpo es de Cristo”-, que viene a explicar que los ismos, entendidos como los pre-juicios -el racismo, el elitismo, el supremacismo, el totalitarismo…- o las corrientes religiosas vinculadas al culto y/o adoración a determinados personajes de la iglesia -el maniqueísmo, el donatismo, el pelagianismo…-, provocan los “esquismos”: la división y el alejamiento entre seres humanos de la misma condición, entre semejantes. Bob Marley, con toda probabilidad la figura más relevante en la prédica del rastafarismo a escala global a través de su música, lo expresaba con meridiana claridad en la letra de su composición de 1973 “Get up stand up”: “we sick and tired of your ism-schism game” -estamos hartos de vuestro juego de ismos-esquismos- en referencia a las escisiones generadas entre aquellos que decían sacrificarse en nombre de Dios al tiempo que generaban un enfrentamiento entre seres humanos. Desde entonces no han sido escasas las personas seguidoras del culto rasta, buena parte de ellas vinculadas a la música popular jamaicana -el reggae roots ha divulgado con frecuencia la palabra de Jah-, que han abogado de una manera explícita por la unidad de todos los seres humanos bajo el paraguas de una misma raza -la raza humana- y sosteniendo el lema “one love, one blood, one unity” -un amor, una sangre, una unidad-, lo que, una vez más, nos remite a las enseñanzas de las sagradas escrituras.
Por su parte, el anarquismo como filosofía social y política ha sido partidario de que la totalidad de aquellos que se consideran parte de la clase trabajadora, se agrupen y defiendan sus intereses comunes de forma solidaria bajo la bandera de una única internacional, la AIT -asociación internacional de trabajadores-, aquella que fue constituida en Londres en el año 1864 por trabajadores a los que, aunque tenían concepciones distintas de cómo organizarse a nivel social, les unían los mismos fines comunes: poner coto a la explotación que padecían por parte de los empresarios como consecuencia de la revolución industrial y luchar juntos por la consecución de un nuevo orden social más justo que aboliera la esclavitud infantil, prescindiera de los ejércitos y socializara los medios de producción. Pese a que el propósito inicial era loable en su planteamiento, pronto surgirían en el seno de la AIT -disuelta en 1876- confrontaciones irresolubles entre partidarios de Mijail Bakunin y de Karl Marx, esto es, entre una concepción -la bakuninista o anarquista- no autoritaria y opuesta al estado, y otra -marxista- que postulaba como estadio intermedio la dictadura del proletariado que, bajo la dirección de un partido obrero, alcanzaría la revolución. Al igual que ha ocurrido con el rastafarismo -dividido internamente entre tres órdenes o mansiones: Nyahbingi, las 12 tribus de Israel y los Bobo Ashanti-, la escisiones producto de la mencionada fragmentación entre los trabajadores -a la que se unirían futuras divisiones que ocasionarían hasta cuatro internacionales distintas: la primera: anarquista, la segunda: socialdemócrata; la tercera: comunista, y la cuarta: troskista- exacerbarían las diferencias en lugar de pronunciar las similitudes que debieran aunar los intereses a todos los trabajadores bajo una misma bandera.
DE LA COMUNA DE PARÍS AL PINÁCULO RASTA
La reciente recuperación por parte del movimiento #OccupyPinnacle -una suerte de 15M jamaicano liderado por la nieta de Bob Marley, Donisha Pendergast- del histórico asentamiento del pináculo, considerado a su vez como la cuna del rastafarismo, trata de rehabilitar y poner en valor un emplazamiento derruido y con evidentes síntomas de abandono adquirido en 1935 por el considerado “primer rasta” Leonard Howell -como bien documenta el libro y documental “Le premier rasta” de la francesa Hélène Lee-. Howell, retornado a Jamaica natal en 1932 como consecuencia del “crack del 29”, adquirió, a través de la Ethiopian Salvation Society -una sociedad asistencialista basada en los principios de autoayuda y buena ciudadanía-, los 500 acres de terreno -aproximadamente 2 millones de metros cuadrados- que terminarían constituyendo el pináculo en las colinas de Sligoville, en la parroquia -región- de St.Catherine, con el fin de establecer allí una comuna autogestionada que permitiera a sus habitantes vivir en consonancia con el medio y alejados de un mundo colonizado. La comuna llegó a contar con en torno a 4.000 habitantes, una escuela, una panadería, numerosos pozos para abastecerse de agua y cultivos necesarios como para nutrirse y vender los excedentes en los mercados próximos. La comuna del pináculo sentó un precedente que las autoridades coloniales -Jamaica era entonces un protectorado británico- no estaban dispuestas a tolerar por el desafío que implicaba para el sistema esclavista que los negros hubieran decidido emanciparse de su yugo, y por el ejemplo que representaba para otras personas dispuestas a emprender iniciativas análogas. En 1945 el alguacil irrumpió pertrechado por oficiales de policía armados para desalojarlos acusándoles del impago de la totalidad de la propiedad. A partir de entonces, la comuna del pináculo fue objeto de múltiples “razzias” violentas alegando el cultivo de marihuana o las insalubres condiciones laborales como pretexto, terminando por arrasar con el poblado en 1954, y ocasionando la dispersión de quienes allí residían hacia parroquias como Clarendon, St.Thomas o el distrito de Kingston denominado Back´O´Wall.
Con bastante antelación a la experiencia de autogestión jamaicana, la Comuna de París representó el primer intento histórico por parte de la clase trabajadora para instalar un proyecto político de cariz autogestionario, un acontecimiento revolucionario de primer orden y uno de los episodios de la historia más reivindicados por los revolucionarios. A comienzos de 1871 la derrota de Francia a manos del ejército prusiano, tras cuatro meses de asedio a la ciudad de París, había permitido la proclamación del rey Guillermo I como emperador alemán en el salón de los espejos del Palacio de Versalles. Pese a la firma del armisticio en la guerra franco-prusiana por parte de los primeros ministros Louis Adolphe Thiers y Otto von Bismark, la Guardia Nacional Francesa, una milicia popular creada al comienzo de la Revolución Francesa en 1789 que llegó a contar, en marzo de 1871, con 254 batallones integrados por unos 300.000 ciudadanos parisinos, se negó a acatarlo con la consiguiente oposición a su desarme. El Comité Central de la Guardia Nacional Francesa, constituido en el mes de febrero por un ejecutivo provisional de 32 integrantes nombrados entre 2.000 delegados de de la federación de batallones de la Guardia Nacional, fue el artífice del movimiento insurreccional, garantizando la defensa de los consabidos principios de la República Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Cuando Thiers ordenó a sus tropas recuperar los 400 cañones con los que contaba la Guardia Nacional en Beleville, Montmartre y Butter-Chaumont, fue la propia población la que se interpuso inerme para evitarlo en connivencia con la propia Guardia Nacional. Esta reacción por parte de la población obligó a Thiers y a quienes se mantenían leales a él a retirarse a Versalles concediendo en la práctica la gobernanza de París y renunciando a su autoridad sobre la ciudad. El 28 de marzo quedó constituida la Comuna -del término francés “commune”, municipio- de París bajo el gobierno de un Consejo Comunal plural formado por 92 hombres que incluía a artesanos, médicos, pequeños comerciantes, periodistas, campesinos, obreros y políticos de muy diverso signo, con el socialista Auguste Blanqui como presidente ausente -se encontraba preso-. Tras resistir durante más de dos meses al “segundo asedio” de las tropas de Thiers, la Comuna de París sería aplastada a finales de mayo de 1871 en lo que se denominó “la semana sangrienta”.
BABILONIA COMO ENEMIGO COMÚN
El rastafarismo como forma de concebir la vida, se construye en oposición al concepto de Babilonia, identificando en ella al mundo occidental “civilizado” -englobando tanto al capitalismo como al comunismo- en el que existe un predominio de aquellos (contra) valores que los rastas rechazan de plano, léase opresión, materialismo, egoísmo, desprecio hacia el semejante, coacción a la libertad -de ahí que se refieran con frecuencia a las “fuerzas del orden” como “babylons” en la terminología rasta-, expolio del medio, etc. El rastafarismo recupera, en este sentido, un referente bíblico como la antigua ciudad mesopotámica de Babilonia o Babel, construida por Nemrod y a la que se identifica como “Señora de los Reinos”. Así, por ejemplo, en el pasaje Revelación 17:18 se explica que “la mujer que viste significa la gran ciudad que tiene un reino sobre los reyes en la tierra”, es decir, se trata de una ciudad de inmensas proporciones y aspiraciones imperialistas que en la práctica se volvió ingobernable para el hombre -de ahí su colapso años después-, un territorio de profundo arraigo religioso -con cerca de 50 templos consagrados a distintas divinidades- y a la que en el pasaje Revelación 17:1 se desprecia por considerarla “la gran ramera, que se sienta sobre muchas aguas y con quien los reyes de la tierra cometieron fornicación, entre tanto los que habitan la tierra fueron emborrachados con el vino de su fornicación”. Alegorías bíblicas aparte, lo cierto es que el sistema ha tendido a percibir al movimiento rasta como perturbador del orden establecido, como un entorno proclive al libertinaje y al consumo desmesurado de “ganja” -así se refieren los rastas a la marihuana, la planta santa que según ellos estimula la meditación, permite la sanación de ciertas enfermedades como el glaucoma, el cáncer, las migrañas o el asma, y cuyos restos fueron presuntamente hallados, si nos atenemos a la Biblia una vez más, en la tumba del rey Salomón-, por lo que no ha escatimado en esfuerzos para estigmatizarlo -los adeptos al rastafarismo no alcanzan ni el 1% de la población jamaicana y esta siempre ha visto con recelo la adhesión al rastafarismo- y reprimirlo -hasta la despenalización de su consumo en 2015, la marihuana había permanecido en la ilegalidad desde hacía más de siete décadas- desde los tiempos de la comuna del pináculo hasta la actualidad.
Pese a que no se haya referido a él como Babilonia ni haber acudido -como es obvio- a sus referencias bíblicas, el anarquismo se define, en tanto que filosofía política, como la ausencia de gobierno -que para nada implica desgobierno, caos o desorden, conceptos con los que tiende a relacionársele con el fin de denigrar su práctica-, y, por extensión, de toda forma de estado, normativa, autoridad o jerarquía. Sentada esta premisa, tanto el capitalismo -que encumbra la propiedad privada como uno de sus leitmotiv- como el comunismo -que, al amparo ideológico de los escritos de Karl Marx y Friedrich Engels, propugna la dictadura del proletariado- se situarían en las antípodas de la filosofía anarquista, por defender esta la abolición de la propiedad privada, la colectivización de los medios de producción, y la asociación voluntaria entre individuos libres e iguales en sus diferencias que se apoyan de forma mutua basándose en un principio, no impuesto por autoridad alguna, de solidaridad hacia el semejante. De manera análoga a lo acontecido con el rastafarismo, la historia de su práctica se encuentra irremediablemente -y muy a su pesar- asociada a recurrentes episodios de represión y criminalización por parte del sistema. Así, aparte del ya mencionado asalto que diera al traste con la breve experiencia autogestionada de la Comuna de París en 1871, se pueden mencionar la represión de la Unión Soviética a la Ucrania de Néstor Majnó en 1920, los intentos de sabotaje por parte del PSUC -como aliado estratégico de la Unión Soviética en Catalunya- de la revolución social española en los sucesos de mayo de 1937, el intento de desarticular al pujante anarquismo de la post-dictadura con el “Caso Scala” de 1978, o los más recientes montajes policiales en las “Operaciones Pandora I y II, y Piñata” llevadas a cabo en 2014 y 2015.
LAS GROUNATION Y EL ASAMBLEARISMO LIBERTARIO
El Groundation Day, que los rastafaris celebran cada 21 de abril, conmemora la fecha en que Haile Selassie I (también conocido como Ras Tafari Makonnen, considerado por los partidarios del culto rasta como la reencarnación del dios Jah en el tierra y por los etíopes como un símbolo de resistencia frente a los delirios imperialistas de la Italia fascista de Benito Mussolini) aterrizó en la isla de Jamaica allá por 1966 en un acontecimiento público que reunió a unas 100.000 personas que no dudaron en agasajarlo a base de banderas tricolores, danzas, cantos, sesiones de percusión Nyahbingi y toques de cornetas. A su vez, el término “groundation” o “grounation” -sin “d”- es empleado de un modo cotidiano para denominar a las asambleas ritualizadas de cariz espiritual en las que los rastas de la orden Nyahbingi -una de las “mansiones” u órdenes del movimiento rasta- hacen acopio de tambores pope smasher (bajo), funde (sincronizador) y akete (repetidor, instrumento solista) para meditar colectivamente, profesar cantos Binghi y recitar salmos bíblicos dedicados a su dios Jah. Los tres tambores representan a Sadrac, Mesac y Abed-Nego, tres personajes que, según la Biblia, eran amigos de Daniel y fueron condenados a la hoguera por mantenerse fieles a Dios y rehusar la adoración del becerro de oro que el rey babilónico Nabucodonosor había erigido. Según las sagradas escrituras, Dios premió su fidelidad a través de la insurrección impidiendo que se prendieran en la hoguera. Formaciones integradas por reconocidos militantes de la orden Nyahbingi como Count Ossie & the Mystic Revelation of Rastafari, Rastafari Elders o Ras Michael & the Sons of Negus hicieron posible la difusión (en formato vinilo) y popularización en la isla de Jamaica de estas ceremonias excluyentes en los que les está vetado el acceso a aquellas personas que son ajenas a la mencionada orden.
Desde una perspectiva radicalmente distinta a la empleada por los seguidores del culto rasta (desprovista de esa carga de espiritualidad), en el anarquismo el asamblearismo ha representado en la práctica el órgano soberano y autónomo constituido por personas para la adopción colectiva de decisiones. Esta forma de democracia directa (en oposición a la democracia representativa en la que un grupo de personas es instituida, mediante el sufragio, en representante de las restantes personas, o a los regímenes totalitarios y/o autocráticos, en los que se impone una forma de gobernar a costa de restringir la libertad mediante el uso de la violencia) ha permitido implementar en la práctica los principios ideológicos que propugna en su teoría: la horizontalidad (en oposición a la jerarquización social en la que unos individuos se sitúan por encima de otros), el consenso (en oposición a la imposición de las decisiones desde las posiciones mayoritarias a las minoritarias -democracia representativa- o desde las posiciones minoritarias al resto -totalitarismos-), y la resolución colectiva, deliberada y ponderada de los conflictos (frente a su resolución por parte de un especialista o tecnócrata designado “ad hoc”) considerando los intereses ajenos, respetando opiniones divergentes y alcanzando acuerdos de mínimos que posibiliten una convivencia sana, armoniosa y fraternal entre personas libres e iguales sin necesidad de dictar normas o leyes. Como es natural, en la práctica la toma de decisiones horizontalizada atendiendo a una democracia directa plantea una serie de limitaciones: alcanzar acuerdos en común requiere un (sobre) esfuerzo de comprensión y empatía hacia la otra persona con la finalidad de contemplarla como semejante a ti con la que puedes no confluir en intereses, lo que puede llevar a no sentirse del todo representado por el acuerdo adoptado por la colectividad. Además, decidir en asamblea implica la responsabilidad de acudir con regularidad a la misma para ejercer tu responsabilidad de tal manera que no sean otras personas quienes tomen las decisiones por ti (como ocurre en la democracia participativa).
VIVIR EN SINTONÍA CON EL MEDIO
Más allá de ser una suerte de culto religioso -que, como ya hemos explicado con anterioridad, recupera la tradición e incorpora elementos concretos del cristianismo, judaísmo y de las religiones africanistas, entre otros-, lo cierto es que el movimiento rastafari es una suerte de filosofía, una manera de entender la vida atendiendo a principios morales como la rectitud de conducta -“righteousness” en su término inglés-, la armonía con el medio que habita (de ahí que muchos vivan apegados al campo y labrándose un porvenir como agricultores en estrecha relación con los procesos productivos del medio), y la realización de la energía vital que fluye a través de los organismos vivos creados por el dios Jah. Con el fin de potenciar este maridaje entre la persona y los distintos elementos de la naturaleza, y expandir esta energía vital -o “livity”, viveza, empleando la terminología rasta-, el rastafarismo apuesta de forma decidida por una dieta vegetariana a la que denominan “ital food” -alimentación vital, prescindiendo de la “v” inicial-. Esta dieta, que oscila desde un veganismo estricto y obligado en algunas órdenes rasta -Nyahbingi- hasta una concepción más abierta en otras, que admiten el consumo de pescado y marisco a elección del individuo -12 Tribus de Israel-, rechaza el consumo de carne por considerar que representa a la muerte, y, por consiguiente, comerla les aleja de hacer crecer la citada energía vital o “livity”. Partiendo de esta base, la dieta “ital” se fundamenta en el consumo de alimentos naturales, puros, generados por la Madre Tierra, evitando así el consumo de alimentos modificados químicamente, ya sea mediante los aditivos alimenticios (colorantes, conservantes, estabilizantes, condimentos, e incluso la sal iodada), los biocidas y fertilizantes, o su procesamiento (envasado, secado, etc.). Tanto el crecimiento de los tirabuzones que caracterizan su peinado -“dreadlocks” o sencillamente “locks” en el argot rasta- como la dieta vegetariana “ital” fueron heredados por los rastas de los indios que habían residido y servido en Jamaica como mano de obra en las plantaciones de azúcar.
En el anarquismo la adopción de una dieta vegetariana o abiertamente vegana ha obedecido a motivos bien distintos, y no necesariamente relacionados con la expansión de la energía vital o con la conexión que se establece con las restantes criaturas creadas por un Dios en el que no creen. El anarquismo pretende como filosofía la emancipación integral del hombre, la abolición de sometimiento ajeno y la erradicación de la explotación del hombre por el hombre. Aprecia la vida, la libertad -propia y ajena- y la dignidad del hombre, lo que le puede llevar, en un ejercicio exquisito de coherencia y concienciación, a empatizar con la vida de otros seres vivos no-humanos hacia los que crea conveniente aplicar idénticas máximas a las que implementa en su relación hacia los humanos. Esto le puede conducir a rechazar -y reclamar la abolición de- aquellas prácticas que representan una tortura o asesinato encubierto hacia los animales (tauromaquia, encierros, lanzamientos, peleas, abandonos, vivisección, etc.) como garantía de respeto hacia la vida. No ha sido esta la única práctica llevada a cabo por los militantes libertarios en clara sintonía con la naturaleza. Aunque existen precedentes en la historia -Adán y Eva como paradigma en el cristianismo-, puede afirmarse que los anarquistas desempeñaron un rol pionero en la introducción de las prácticas del naturismo o nudismo en España. Obras como “La vuelta a la Naturaleza. El pensamiento naturista hispano (1890-2000)” o “El naturalismo libertario en la península ibérica (1890-1939)”, ambas de Josep María Roselló, “La pérdida del pudor. El naturalismo libertario español (1930-1936)” de María Carmen Cubero, o “Naturismo, filosofía universal: 70 años de naturismo y desnudismo en Alcoy” de Agustín Belga, entre otras, documentan con profusión este periodo iniciático de las experiencias nudistas en nuestro país. Publicaciones periódicas como las revistas El Naturista, Naturismo, Gimnos, Biofilia o Helios defendían y divulgaban estas prácticas en las décadas de los 20 y 30 del pasado siglo, prácticas que se extienden hasta nuestros días trascendiendo el ámbito libertario.
**Artículo publicado originalmente en BRUXISMO Nº1