Hay hallazgos que dan sentido a una búsqueda que ni siquiera recordabas haber comenzado. Encuentros que proporcionan ―aunque sea durante unos pocos segundos― una catarsis stendhaliana plena de redención y sentido. Momentos en los que te sientes como un minero de Oklahoma, con una porción minúscula de algo precioso entre los dedos, un trozo de riqueza encontrado entre la mugre que confirma que hay algo más allá de la grisura áspera, esa que te rodea durante el resto de los segundos, minutos y horas de una existencia que insiste en mostrarse indiferente. En mi caso, esos fogonazos están constreñidos en menos de tres minutos y tienen forma de canción. De canción de soul, claro.
Me encontraba perdido en la selva oscura de las tendencias. Asqueado de la producción masiva de espectáculo de una sociedad enferma de banalidad, aburrido de las respuestas ofrecidas por una industria de lo cool mortecina que daba sus últimas vueltas sobre unos referentes mil veces manidos, harto de un nihilismo parcheado con el que había tratado de construir una armadura. Fue entonces, una mañana de invierno que insistía en pegarse a mis sábanas, cuando escuché una canción. La había grabado un grupo misterioso de nombre profético, The Gems. Voces a la vez dulces y rotas que contenían toda la emoción que puede contener una voz mientras cantaban I just can’t help myself. Simplemente, no puedo controlarme. Como interesado en la escena mod, siempre había escuchado soul, siempre me había interesado la cultura afroamericana. Pero nunca la había sentido así. Ese día, con esa canción, todo fue diferente.
Claro que yo estaba en un cruce de caminos emocional. Después de haber tomado una serie de decisiones que muchos consideraban suicidas, no tenía trabajo y mi futuro era incierto. Estaba en una ciudad desconocida. Era el pingajo que busca toda epifanía. Y entonces me encontró la canción. Esas voces me atravesaron el esternón con la fuerza de un martillo hidráulico, su emoción se clavó en mi interior como la belleza cruel de una modelo eslava o de una estatua renacentista, pero, a diferencia de esa belleza perfecta y fría, la canción hizo que me sintiera menos solo.
Así nace una pasión. Comencé a investigar sobre el grupo, Las Gemas, The Gems, un girl group de principios de los sesenta que había grabado un par de singles para Chess Records durante los años dorados del soul y poco más. Nadie parecía saber nada sobre ellas. La única foto disponible muestra a cuatro mujeres negras y hermosas mirando a cámara, dos con las manos en las rodillas y dos con las manos a la espalda. La potencia de la ingenuidad presagiando la emoción contenida en un trozo de plástico. Nada más. Solo una foto y una canción. Misterio. No se puede construir una religión sin el misterio. En la escena Northern Soul, a finales de los años setenta, la mayoría de los fanáticos que se dejaban la piel de sus carteras en comprar misteriosos singles llegados del otro lado del charco no conocían la cara de los artistas que daban sentido a sus vidas, ya que los singles estadounidenses no solían llevar una imagen en la carátula. Tampoco conocían el color de su piel. Sin pretenderlo, una escena marginal dedicada al baile y a la anfetamina consigue borrar del mapa las diferencias raciales. Antes de United Colors of Benetton estuvo el Lumpen. Cosas como esa dejan de sorprenderte. Porque si algo aprendes cuando te metes en esto es que el poder del soul es ilimitado. Un océano de singles grabados por una gigantesca industria del entretenimiento durante una época concreta (1954―1977) en la que todo pareció posible. Te sumerges, escuchas, te maravillas. Crees que has llegado a la otra orilla, cuando descubres que solo acabas de empezar a nadar. Comienzas a entender que estás ante una música inmortal cuyo resplandor tardará siglos en extinguirse, la luz que nunca se apaga de la que hablaba Morrissey es una canción de Major Lance pinchada a las 5.59 de la mañana en una discoteca cutre de provincias. Porque siempre habrá alguien dispuesto a coger el testigo. Excavadores que se hunden en lo más profundo de las montañas de desechos del espectáculo a la busca de piedras preciosas. Dedos cansados de rebuscar entre montañas de singles en tiendas de discos donde suena heavy metal. Lo que sea por encontrar las gemas de la música del alma.
Por su ingenuidad, por su emoción, por su dureza, por su violencia, por su amor entregado, por su profundo desencanto, por sus mártires. La música del alma salvo la mía, y lo seguirá haciendo. Siempre.
https://www.youtube.com/watch?v=LVlzd1QMCQw
**Artículo publicado originalmente en el fanzine Bruxismo Nº1